El Silencio de la Plaza- Comenzando la lectura- Inkspired

Parece mentira que después del trasiego diurno por la plaza llena de turistas y transeúntes ahora a estas horas esté esperando para poder descansar de un duro día de desesperanza calor y soledad. La plaza, mi plaza, el lugar de donde daría la vida por escapar. Si me preguntaran cuáll es el mejor momento del día diría que es aquel instante en el cual el silencio invade las empedradas calles, cuando mi vergüenza empieza a parapetarse tras la soledad de una plaza deshabitada. Nadie me ha preguntado, pero yo contestaré, soy una persona perdida, abandonada, rechazada por una sociedad frente a la cual me he vuelto invisible, la sombra de un hombre perdido que incesante camina durante el día con el dolor sostenido en mis puños mientras la vida fluye a mi alrededor dejándome a mí, en los flancos de la plaza. Y después… el silencio, el frío de la noche y el estado de alerta por las personas desconocidas que como yo, buscan asilo en la plaza. Algo que me ha enseñado la calle es a mantener unas estrictas rutinas, quizás resulten banales, pero no lo son, son vitales para mantener la cordura y no perder lo único que aún se mantienen inalterado, mi mente. Cuando llega la esperada y amada noche me acerco con calma a las terrazas donde puedo conseguir un sillón, lo hago tranquilamente como si fuera un viajero buscando descanso, he de decir que ayuda mucho que cerca exista un punto de USB, donde cargo mi móvil y parezco un turista más en apuros con falta de batería. Cargo el móvil y observo la plaza, todo está tranquilo, de alguna manera su quietud me mantiene a salvo. Es el único momento del día en el que estoy solo, es el momento del día cuando rozo por segundos la embriagante sensación de intimidad, solo yo, con mi plaza solitaria y mi pena, solo yo frente a la adversidad de ser una persona sin techo. Un sin techo… quién me lo iba a decir… Como decía, cargo mi móvil y en ese momento cuando sé con certeza que ya estaré casi solo el resto de la noche, me relajo. Acerco mi gran maleta sin ruedas con los barrotes metálicos en el suelo, arrastrándolo por la plaza, mientras el estruendo retumba en ella. La dejo cerca de mi y voy sacando mis zapatillas y alguna prenda más de abrigo para pasar la noche. El día que he conseguido comida, ese día también es algo especial. Preparo mis bocadillos y mientras se carga el móvil en el punto voy cenando, es en ese instante donde me siento más como los demás, aunque pensándolo bien no, siento un vacío inmenso cuando el resto de la sociedad se refugia en sus casas con sus familias mientras yo, con la mano abro los panes para prepararme algo parecido a un bocadillo. Miro la hora de vez en cuando, a partir de las doce puedo recostarme con más libertad, puesto que ya sé con certeza que el resto de la noche transcurrirá estando solo, solo en mi pequeño espacio de esta plaza, con la compañía de un muchacho al que llaman el gorra, que siempre se acuesta frente a las puertas de un restaurante, cerca, pero lejos de mí, aún me resisto a pertenecer a su grupo, a esa parte de la sociedad que ya no tienen nada, ni su propia dignidad.

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