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El aislamiento no ha resultado ser como esperaba, creí volverme loca cuando me encerraron, pero sinceramente lo he llevado mejor de lo que creía. Aprovecho la soledad para escribir, dedicar mis horas a esta pasión mía que es expresar los sentimientos y dar forma a través de las palabras a la silueta de mi alma, que siempre vuela libre a pesar de las circunstancias de mi vida, una afición que quizás sea lo único que en estos instantes me mantiene viva, aún en pie. Espero la resolución del jurado, aunque con toda seguridad me condenen a muerte. Escribo mi historia para dejar constancia de que llevo cumpliendo una condena a muerte desde los diecisiete años, que si terminan con mi vida quizás me hagan un favor, quizás ha llegado el momento de desarrollar el terrible y cruel desenlace de mi vida.
 * * * Recuerdo el día en el que le vi al entrar a la Iglesia cuando nos casamos, recuerdo el ardor que me recorrió el cuerpo, ese revoloteo de amor que baila en el alma, las ganas irrefrenables de besar sus labios, navegar en el río verdoso de sus ojos, los cuales me gustaba mirar y viajar en ellos durante horas. Caminé despacio alargando aquel momento único y especial hacia sus brazos, lentamente avanzando por el estrecho pasillo hacia al altar, mirando aquellos ojos encendidos al verme acercarme a él, recuerdo el movimiento rítmico de su pecho en aquella respiración excitada cuando a escasos unos centímetros me encontraba, su postura elegante frente a mi. Aquel nuestro primer contacto, la tibieza de su mano sobre mi piel, su boca entreabierta, el aroma de su cuerpo envolviendo el espacio, Robert… El gran y único amor de mi vida. Lo recuerdo como si hubiera sido ayer, como si ahora estuviera a mi lado y pudiera sentirle, ese paraíso que era su cuerpo para mí. Él fue mi vida y será mi muerte tras las rejas de esta prisión a la que me condenó. Nunca, jamás, hubiera imaginado vivir la vida que he vivido. Pensé, llegué a creer, que mi lucha, mi tesón, mi compromiso, harían en cierta forma que el Universo confabulara a mi favor y me concediera el deseo de tener una familia y ser escritora, que ilusa e inocente me resulta ahora mismo esa mujer, en cierta forma me da lástima, pues en esos momentos no hubiera podido imaginar que el destino, la providencia y el Universo se aliarían contra mi persona para arrebatarme los sueños y la vida en este fin de mi historia, donde moriré. * * * La ceremonia transcurrió como se esperaba, aunque sinceramente me encontraba más pendiente de él que de las palabras del párroco. Era tal mi dicha en esos instantes que embelesada permanecí mirándole hasta que juré los votos, entregándole mi vida, mi amor, siendo su mujer, su compañera, le amé desde el primer momento en el que le vi y me sentí inmensamente dichosa en aquel instante, en el cual me besó como su mujer, como su esposa. Mientras celebrábamos el enlace no pude evitar acordarme de mi hermano Iván, ojalá hubiera estado a mi lado, era el pensamiento recurrente en aquel momento, pero los besos y las caricias de Robert disiparon el dolor y lo transformó en felicidad. Me conocía bien, incluso mejor que yo misma, quizás ese nexo fue, lo que me atrajo a él, ese sentimiento persistente de que ya le conocía con anterioridad, aunque no le hubiese visto nunca. La ceremonia dio paso a la celebración y en ese instante fue cuando supe que algo terrible ocurría, una revelación inesperada que precipitaría los acontecimientos de mi vida dirigidos a un final que jamás hubiera imaginado ni en los peores argumentos de mis novelas, ni en mis más oscuras y calladas pesadillas, una frase que despertaría mi dolor más escondido. Robert, elegante, con aquel esmoquin que resaltaba su metro ochenta, tendía su mano para sostener la mía y acompañarme a la pista de baile, custodiada por nuestros mejores amigos, que la rodeaban y donde nuestros cuerpos bailarían, al son de las notas de aquella orquesta dirigida por el compositor Willians Clarins, uno de los mejores amigos de mi jefe y amigo Richard del Café Du Monde de New Orleans. Había soñado aquel instante desde hacía meses, cuando sobre la cama en la noche planificábamos nuestro día, ese instante nuestro que daba paz a mi alma y donde me sentía dichosa, ese instante entre la multitud donde flotaba en sus brazos en aquel espacio nuestro, un lugar inmaculado refugio de nuestra entrega, estrechando mi cuerpo contra el suyo sintiendo su ardor y mi deseo, en aquellos minutos de aquel vals, que siempre nos pertenecerían, que siempre recordaríamos, que siempre recordaré. Y así permanecimos hasta el final de la pieza volando libres sobre aquella pista, impregnados por la pasión de nuestro amor inmenso e infranqueable en aquel instante, un instante eterno que nunca morirá, que permanecerá en mi alma por siempre hasta descender a los infiernos. Alejados de la pista de baile besándonos permanecimos, necesitábamos ese contacto, aquel juramento de nuestros labios que húmedos se mostraban deseosos, necesitábamos, el uno del otro, un abrazo donde nuestros cuerpos se encontraran unidos en aquella sensación de eternidad que nos pertenecía y brindando por nuestra unión nos volvimos a besar, una y otra vez, ajenos a todo, sentí el deseo de ser de el, de fundirme en el amor que con pasión arrebataba la voluntad de mi cuerpo en aquella entrega sincera, ése fue nuestro último beso, el último, el más dulce…Se me quiebra la voz al recordarlo, mi cuerpo se paraliza y se estremece ante el recuerdo de la sensación de tener sus labios junto a los míos. Un beso que sellado en mis labios permanecerá, pues nunca besaré a nadie más, él lo era todo para mí.

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